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"Su azucarado olor ascendía por las narices de don Rigoberto, empalagándolo, y verificaban la consistencia de muslos, hombros y pechos, pellizcaban esas caderas, repasaban esas nalgas, se hundían en esas profundidades fruncidas, separándolas".
Mario Vargas Llosa, Los cuadernos de Don Rigoberto
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